Reseña de “Enero”, de Sara Gallardo (1931-1988 -Buenos Aires)
Por Hernán Lasque

Cuarto libro: “Enero”, de Sara Gallardo
Enero es la primera novela de la escritora argentina Sara Gallardo, tenía 27 años cuando la publicó, pero contaría luego, en una entrevista, que la escribió a los 23. Llama la atención, quizás, es admirable, la madurez de su escritura depurada, el manejo de recursos finos como el monólogo interno alternado en los pasajes, el tratamiento del lenguaje y una prosa poética singular, monstruosa.
Con esta novela, que apareció en el año 1958, Sara Gallardo rompe con la visión utópica del campo argentino, que imperaba en la época. Aunque la historia se desarrolla en un ámbito rural, el campo no es el marco de la novela, sino que es un protagonista invisible, una omnipresencia en la vida de pequeños seres, egoístas y cobardes, que luchan sin ningún tipo de anhelo, ni esperanza más que sobrevivir.
“La trama nos lleva a una joven de dieciséis años llamada Nefer que vive junto con su madre, Doña María, su padre Don Pedro y su hermana Alcira en un puesto que tiene poco olor a hogar. La familia se dedica al ordeñe de vacas. Enamorada del Negro, Nefer medita en soledad sobre su amor no correspondido, su desgracia y el deseo de muerte. Fue víctima de violación por parte de un hombre al que reconoce y puede ver. Y como rememoración aparece el vestido de flores dónde anidaba su anhelo de ser mirada por su amado, aquel que llevaba puesto para que la viera el Negro en la fiesta de la que huiría al verlo con otra mujer. En esa huida es apresada por Nicolás, su violador.
Y Gallardo bosqueja una imposibilidad violentada y adolescente, y le da forma sonora a una angustia que como un “hongo negro y creciente” germina en el vientre oscuro de Nefer. Frente a esto la joven, “apaga el alma y continúa”. Puede también observar el campo y respirar profundo, lo que le permite mantener a raya “el miedo que la oscuridad mantuvo encerrado bajo la piel”, y que al salir “la alivian del nudo que la ahogaba”. Y esto se acompasa con una descripción preciosa de sonidos, horizontes, paisajes y teros. Esos que la autora describe tan bien porque los conoce, porque se crió entre ellos. Mientras, nuestra protagonista se concentra en esas pequeñas cosas que le permitan continuar: “Vaca -piensa- una vaca overa, otra y otra. Esa está asoleada. Teros. Dos teros y un pichón grande. ¡Qué fuerte gritan!”.
Violada, no registrada por el hombre amado, ignorada por la familia, y tomada por el dolor, Nefer sabe que no puede detener el tiempo. Por ello es recurrente el deseo de morir o de encontrar soluciones mágicas como perder esa semilla a puro galope en su matungo. Recurre también a la búsqueda de soluciones vedadas, como el intento de abortar acudiendo a una familia oscura y marginada. Pero el silencio y el terror se imponen.
Y volvamos al campo, donde el tiempo de la naturaleza, de las tradiciones, y de las desigualdades en términos de clase y género se combinan un todo complejo. Donde un tiempo de la cosecha se entrelaza con el de la taberna y el de la iglesia. Y dónde las hijas de patronas con zapatos embarrados de barro blanco tienen otras posibilidades y accesos. Nefer sabe que no puede detener esas palabras mudas que se entretejen en su silencio, en su angustia que crece y en ese rumiar en donde Gallardo nos hace agonizar. Y la autora le pone palabras a esa violencia que no logra hacer forma en Nefer, más que en el movimiento constante y la búsqueda. A caballo, en miradas, en silencios, en los desencuentros, pero también en el campo que la acuna con sus atardeceres y en el refugio que sólo encuentra en su potranca a la que llama “hogar”. Gallardo le pone el cascabel al gato y de-construye a esa violencia tan naturalizada que se quiebra. Al desamparo y en las profundidades rurales donde esa niña/joven pasa de enamoradiza a la “puta que gozó, que las pague”. Estas últimas palabras masticadas por un joven con problemas mentales, pero también por una madre de la que se esperaría como mínimo recibir arrullo.
Y se impone la ley femenina, patriarcal y machista. Los designios de la Patrona (Doña Mercedes, dueña de la estancia “El Destino” y madrina de Nefer) y de su madre, quienes garantizan que se cumpla con ese patrullaje para que todo prosiga con su curso “normal”. No es llamativo cómo en esta línea aguda se les deje un papel secundario a los varones. Don Pedro y Juan, el peón, se presentan más bien impávidos, aunque también más amorosos en relación a las mujeres. Ellas quiebran cualquier idea de refugio y garantizan que los designios del patriarcado se concreten. Entonces, frente a este entramado narrativo, Gallardo nos deja desnudos y perplejos frente a la evidencia de que la protagonista está atrapada en un tejido social brutal y naturalizado. Y allí la segunda originalidad del texto. Nefer no tiene energía suficiente para romper la trama. Debe aceptar el mandato de la clase superior, de la Iglesia. Y aparece un nuevo agregado: “Los patrones y los policías tienen ideas parecidas”. Así, el hombre bigote violador no es censurado, sino que incluso no se avergüenza ni arrepiente. Y que los sujetos/as marchen al compás de las campanas, “la fiesta” debe continuar.
En estas violencias de abandono, de desinformación, de clase y de género, Nefer navega entre muchas disquisiciones: ¿será un amigo el que crece, el que me permitirá sentirme acompañada o sólo una semilla triste? Y ese derecho es garantizado por la autora: dudar. Aunque la sujeción vuelve a vencer la curva y la estrangula.
En una realizada por Reina Roiffe a Sara Gallardo, la novelista afirma, “Me han dicho que mis personajes no luchan por nada, que son una inercia total. Y no es que no luchan por nada, simplemente saben que contra la adversidad o la ruptura del amor no se puede luchar”. Luego la entrevistadora le repregunta “¿Hay una especie de acatamiento de la realidad ¿Usted se resigna fácilmente?” y la genial Gallardo responde “Jamás. Soy como los elefantes.”
A través de un lenguaje poético que ejecuta como un instrumento musical, a la perfección, y, en la sucesión de escenas que vivimos en carne propia, nos vemos en la encrucijada de Nefer y su entorno rural opresivo, que no la contiene por ser mujer, por ser pobre, precisamente menor y haber sido violada. Sobre su cuerpo ella no decide, ni siquiera su familia, sino sus patrones. Lo relatado es brutal, el relato es de una belleza desgarradora que arrasa el corazón de sus lectoras y lectores.
– Sara Gallardo Drago Mitre fue una escritora y periodista argentina. Es autora una obra que por pasajes se vuelve inclasificable, cuenta con seis novelas y una colección de cuentos, además de artículos periodísticos y libros de literatura para infancias.
– Artículo de referencia y transcrito: “Enero. Un refugio ausente”, de Valeria Pujol Buch. Revista “Guay”de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata.
Promoción de la lectura. Sección “Cuarto Libro”